Mujer de Soldado (2020) | 24 Festival de Cine de Lima

Un grupo de mujeres oriundas del poblado de Manta se reúnen treinta años después de haber sido víctimas de violación por parte de los militares que se habían instalado en la zona. Dirigida por Patricia Wiesse Risso, Mujer de Soldado es un documental a modo de testimonio que prioriza la narración de las mujeres, sus interacciones y sus conversaciones. Es precisamente el carácter no intrusivo de la narración lo que permite al espectador conocer a fondo a cada una de estas mujeres, quienes se muestran no sólo como víctimas de abuso sino como amigas que bromean entre ellas, mujeres independientes que no dependen en lo más absoluto de la comunidad que les dió la espalda.

Gran parte de la narración en off del documental son recreaciones de lo que se dijo en los juicios en los que estas mujeres participan hasta el día de hoy. Mientras las mujeres, y un testimoniante más, prestan su voz para recrear los testimonios que en algún momento debieron enunciar; al no contar con las voces del resto de personas que participaron en el juicio (denunciados, jueces, abogados, etc.) La interlocución es interpretada por actores de voz. Este recurso recuerda mucho al tratamiento de la lectura del caso en contra de Pilar en Hijas de la Violencia (1998) de María Barea. En ambos casos se contrasta la frialdad de la interlocución entre las autoridades y las mujeres a las que hacen referencia, con los testimonios de estas mujeres. 

En ese sentido, es precisamente este conflicto entre los testimonios y la percepción de terceros aquello que marca el destino de las mujeres en ambos documentales. En particular, en Mujeres de Soldado, tras haber sido víctimas de violaciones constantes y haber quedado embarazadas producto de estas violaciones, las mujeres no solo deben enfrentarse a sus victimarios en larguísimos y engorrosos juicios que parecen nunca acabar; sino también, deben enfrentarse al escrutinio público de una comunidad que las considera no sólo culpables de la violencia sufrido, sino incluso partícipes voluntarias. Estás mujeres encuentran la una en la otra la fuerza y el compañerismo necesarios para seguir adelante, con la frente en alto.

Dos aspectos del documental resaltan en contraste con los testimonios; uno es una escena en la cual escuchamos las voces en off de pobladores que mencionan la firme creencia de que estas mujeres, en ese entonces jóvenes adolescentes, fueron por su propia voluntad a buscar a los militares en sus bases. Resulta interesante y hasta poético que núnca vemos estas voces unidas a un rostro, como si no quisieran dar la cara. Son más bien los testimonios de las mujeres víctimas aquellos que resaltan por la entereza con la que estas mujeres se rehúsan a agachar la cabeza. Otro elemento es un montaje de fotografías tomadas a militares durante los 80s, presumiblemente en la misma zona. El testimonio de quién lleva las actas civiles en el pueblo nos indica que los militares que abusaron de mujeres entre los años de 1984 y 1985 daban nombres falsos al momento de registrarse las actas de nacimiento. Las fotografías no solo dan rostro a los nombres que aparecen en las actas sino que expone los rostros de quienes pudieron haber sido victimarios o cómplices. 

El documental en cuestión parece afianzar la existencia de un subgénero por excelencia peruano: testimonial, sin narración omnisciente, centrado en las víctimas del conflicto armado interno en los lugares que fueron efectivamente ignorados por el estado entre las décadas de los 80s y 90s. Un género que reproduce la sensación de encontrarse en medio de una naturaleza idílica que por dentro se encuentra severamente marcada por los atroces crímenes cometidos en ella, un silencio acogedor que en algún momento se llenó de gritos y llanto. 

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